En la década pasada, por parte de la izquierda se criticó acerbamente a algunos dirigentes del Partido Popular -Cristina Cifuentes, Pablo Casado- por haber conseguido sus títulos de educación superior de una manera, digamos siendo suaves, acelerada.
Cuando el psicópata de la Moncloa hubo
cambiado su colchón y se supo que su tesis doctoral ni era original -era toda
un copia y pega, a menudo mal- ni, probablemente, la había hecho él mismo, se
montó una escandalera que, sepultada por el tráfago de escándalos
subsiguientes, ha quedado prácticamente olvidada.
Con el tiempo, nos hemos acostumbrado a que
coloquen a auténticos indocumentados de ministros, de portavoces parlamentarios
y casi de lo que sea. Tan habitual es que sus estudios sean nulos que no
debería habernos sorprendido que los estudios del comisionado del desgobierno
socialcomunista para la DANA no fueran tales, y que su título fuera más falso
que un euro de corcho.
No, lo verdaderamente sorprendente es que
nadie se diera cuenta estos cuarenta años de la falsificación… y que haya tenido la vergüenza de dimitir. Sin embargo, una duda me roe y me corroe...
¿Lo habría hecho de no haberlo hecho la diputada del PP?
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