Los del partido de la mano y el capullo nunca han sido especialmente inteligentes -vivales sí, listillos también, rápidos para aprovechar la ocasión y la réplica rápida-, pero al menos en otras épocas el sistema educativo les daba un barniz que permitía cubrir las apariencias.
Ahora, ni eso. Formados en un ecosistema intelectual
perpetrado por sus propios conmilitones, su estulticia innata, su incapacidad
para mirar nada que no sea el corto plazo, reluce como un chaleco reflectante
en la noche ante los faros del coche que se acerca.
Y si tomamos a un ser tan primitivo como el Pitecantropus
pucelensis, la cosa va a peor. Porque, desdeñando los audios de Koldo que
le salpican, no se le ocurre nada más agudo que soltar que, si quieren ir a por
él, que busquen otra cosa.
O sea, que lo hay.
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