Cuando era niño vi una película que, buscando luego, asumo que es The other side of the mountain. En ella, el personaje de la protagonista le pregunta a una amiga, o se pregunta ella misma retóricamente, si no estará consumiendo demasiado deprisa toda la cuota de suerte que le corresponde en su vida.
Con mi gusto por lo melodramático, la frase
se me quedó grabada. Yo también me he preguntado a menudo si no habré tenido
demasiada suerte a lo largo de mi vida (y si algún día se me acabará). Tuve la
suerte de nacer en una buena familia, con unos buenos padres que me proporcionaron
una buena educación (académica pero también de la otra) y unos buenos hermanos.
Tengo buena salud (razonable) y he conocido a buenas personas que, en algunos
casos, se han convertido en buenos amigos.
Aproximándome al final de mi sexta década de
vida -es decir, a los sesenta años, no a los setenta… ¡ignaros!-, he perdido a
mis dos padres. Pero quiero pensar que los dos vivieron una buena vida, que
murieron relativamente sin dolor y en paz y, sobre todo, con el cariño de (casi)
todos los que les conocieron.
Y es que ni siquiera yo le caigo bien a todo el mundo.
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