sábado, 30 de mayo de 2015

Pobre Susanita

Susana Díaz es otro de esos casos en los que el enfrentamiento con la realidad le resulta desolador. Me explico.
La presidente (en funciones) de la Junta de Andalucía no tiene oficio ni beneficio alguno fuera de la política. Dentro de ella paso a paso, escalón a escalón, ha ido trepando en el escalafón autonómico hasta alcanzar la cúspide (mediante un procedimiento, el de la designación digital, que tanto critican los socialistas cuando son los demás quienes lo aplican), permitiéndole incluso otear desde allí más altos destinos, porque a quien Andalucía se le puede quedar chica, ¿por qué no optar a la presidencia del gobierno?
Fiando en las encuestas, en su instinto, en no haber sido contradicha o en Dios sabe qué (a lo mejor es el desequilibrio hormonal por estar embarazada, quién sabe), Susana Díaz convocó elecciones anticipadas para, según ella, conseguir una mayor estabilidad. Lo que consiguió, en cambio, fue una inestabilidad aún más grande que la ya existente. Tanta, que después de tres votaciones aún no ha sido capaz de ser investida presidente del consejo de gobierno de la comunidad autónoma.
Con ese talante que tanto exigen los socialistas a los demás y tan poco ejercen ellos, Susana no ha reaccionado nada bien. Ha reaccionado, mal, fatal, de pena: como si fuera un capo mafioso (y, al fin y al cabo, ¿qué es si no el entramado socialista al Sur de Despeñaperros?), ha dicho en plena campaña electoral que lo pagarán.
Lo que no ha aclarado es si el pago se hará con factura, en negro o quizá con cargo a los ERE…

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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