jueves, 7 de mayo de 2015

Pues me caía bien

Dentro del gremio de los actores, Carmelo Gómez no me caía especialmente mal. Probablemente algo rojeras, como la mayoría de los de su gremio, no le recuerdo una palabra más alta que otra, y si las pronunció yo no me enteré.
Sin embargo, al bueno de Carmelo le debe molestar tener que someterse a la humillación de las audiciones (es decir, tener que ir a los trabajos en lugar de que los trabajos vengan a él) y ha anunciado que no hará más cine (no tendremos esa suerte; las convicciones de la izmierda son tan fuertes como el tamaño del cheque que les haga cambiar de opinión, y si no que se lo digan al último premio Cervantes): lo deja porque le han dejado.
Hasta ahí, todo bien. Lo que pasa es que como estamos en precampaña todos se sienten en la obligación de soltar un discursito con juegos de palabras nada ingeniosos. El bueno de Gómez ha dicho que se va hasta que haya una nueva democracia, que se siente humillado por los gobiernos de derechas (¿sabrá ya el rojo feminista que le consideran de derechas?), que tendrían que cambiar mucho las cosas y que si de repente podemos [obsérvese la nada elíptica referencia a una determinada opción política] y creamos una nueva constitución y una nueva democracia, cambiará la cultura.
Aclarémonos, o es cultura o es una industria. En Estados Unidos, en Inglaterra, en Alemania, en Francia y en Italia lo tienen muy claro: es una industria, y de lo que se trata es de vender un producto, no de hacérselo tragar al público aunque sea a la fuerza.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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