domingo, 22 de noviembre de 2015

La caridad bien entendida

En realidad, la cosa no debería sorprender. Ya ocurrió hace doscientos años (década arriba, década abajo). En efecto, en la primera mitad del siglo XIX se sucedieron las revoluciones en Europa. ¿Por qué? Pues porque, derribada la clase dirigente, los revolucionarios que alcanzaban el poder acababan (a no mucho tardar) adoptando los usos y maneras de aquellos que habían derribado, de modo que, convertidos en califas en lugar del califa, tenía que venir un nuevo visir Iznogud a retirarlos… visir que, indefectiblemente, acababa acalifado.
Trasladado el caso a la España actual, acostumbro a decir que aquellos que hicieron de la crítica a lo que ellos llamaban la casta bandera y estandarte de su actividad política, una vez alcanzadas las poltronas han pasado a realizar aquello que denostaban o que juraron que nunca harían, desde montarse en el coche oficial (aunque eso de ir en Metro venda mucho, hay que reconocer que viajar con chófer resulta mucho más cómodo) hasta no bajarse los sueldos (siempre es buen momento para procrastinar un poco más)… o no destinar al partido la parte de los mismos que decían que iban a destinar.
Este es el caso de quien podríamos llamar la Kicha, puesto que es la pareja de el Kichi. Por sus últimos cinco días de trabajo recibió (libres de impuestos) más de un millón de las antiguas pesetas (joroba, ni que fuera futbolista) para, entre otras cosas, pagar a casi docena y media de asesores (dado el nivel de los neocom, me parecen hasta pocos y todo). En cuanto a las cantidades que debería haber donado al partido, se las guardó para sí con el objeto, dice, de hacer frente a diversos impuestos y cotizaciones sociales.
Resulta de lo más burgués, ¿a que sí?

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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