martes, 26 de julio de 2016

Lo que no te mata te hace más fuerte

Leí los tres primeros volúmenes de la saga Millennium en otra etapa de mi vida. Más tranquila, quizá; más feliz, puede. No sé por qué, el leer el cuarto volumen de la saga me ha puesto melancólico, pero el hecho es que así ha sido.
Los tres primeros volúmenes me los regalaron por mi cumpleaños y, a pesar de ser relativamente largos, me los ventilé en trece días. De hecho, volví a hacer algo que hacía mucho tiempo que no hacía: leer por la noche, en la cama, antes de acostarme. Desde entonces he vuelto a hacerlo alguna vez, pero no demasiadas.
Este cuarto volumen, ya no escrito por Stieg Larsson, podríamos decir que mantiene el tipo, pero no más. Considerado aisladamente, es una novela policíaca relativamente digna, interesante incluso; sin embargo, tiene que compararse con la historia de la cual parte, y ahí es donde falla, al adolecer de la falta de ese je ne sais quoi de sus precedentes.
Aunque, en realidad, sí que es fácil saber qué tenían los primeros volúmenes: el personaje de Lisbeth Salander (para mí siempre con la cara de Noomi Rapace, nunca con la de la actriz apellidada Mara –no recuerdo si Rooney o Kate- del remake hollywoodense de la primera película), entonces nuevo, sorprendente y rompedor.
Ahora, en cambio, no aparece hasta pasada la página cien (de apenas seiscientas cincuenta), y su aparición es mucho más episódica; supongo que algo parecido debió ocurrir a los fans de James Bond cuando Sean Connery fue sustituido por George Lazenby primero y por Roger Moore después. A cambio, aparece otro personaje que podría dar juego en los próximos volúmenes (que los habrá si acompañan las ventas, seguro) y del que no doy más datos para no destripar el asunto a posibles lectores.
Por otra parte, la trama de la novela tiene un tono mucho más panfletario que las anteriores. No quiero decir que Larsson no vertiera su ideología en sus novelas, pero lo hacía de un modo (al menos, así me lo pareció) menos descarado.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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