lunes, 29 de enero de 2018

Ay, los idiomas…


Precisamente ayer hablaba sobre la conveniencia o no de preservar lenguas que, aunque en términos absolutos tienen la misma importancia que cualquier otra, en términos relativos no pasar de ser variedades locales que sólo con respiración asistida son capaces de sobrevivir. Como, aunque no lo mencionara ayer, el vascuence. Porque, vamos a ver, ¿qué origen eusquérico puede tener la palabra aeroportúa? La leyenda urbana dice que, en puro vascuence, el vocablo equivalente sería algo así como aizekaia, con lo que, si se acentúa en la última i, sonaría francamente mal para cualquiera que se aproximara al lugar por cualquier medio que no implicara mantenerse en contacto con el suelo.
Y hoy toca hablar de un tema en cierto modo relacionado con el anterior, como es el escaso, por no decir nulo, dominio de los idiomas (los propios y los ajenos) por parte de la mayoría de la población española: precisamente, uno de los comentarios que más suelo hacer es pero qué mal habla/escribe este tío (o tía). Precisamente ayer leía, en el dominical del diario El Mundo, en una entrevista a un arquitecto octogenario cuyo nombre no voy a buscar pero que está relacionado con el Talgo, cómo la periodista hablaba, a propósito de la reforma de la Gran Vía de Madrid, de socavar el tráfico rodado y el aparcamiento de la zona. Dado que, según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, socavar es, en una primera acepción, excavar algo por debajo, dejándolo en falso, y en la segunda debilitar algo o a alguien, especialmente en el aspecto moral, habrá que concluir que, salvo que lo que se pretenda implicar es que el obejtivo es debilitar el tráfico y el aparcamiento, lo que la periodista debería haber puesto, para expresarse con propiedad, es que se trataba de soterrar, ya que este verbo significa enterrar en el sentido de poner debajo de tierra.
Esto, por lo que hace al idioma de Cervantes. Vamos ahora con el del bardo de Stratford-upon-Avon, en su traslación a la lengua de Nebrija. Resulta en la versión web del antedicho diario (El Mundo) hay una sección dedicada a las imágenes del día, generalmente enfocada a lo que podríamos llamar crónica rosa. Hace un par de semanas se señalaba que el protagonista de la trilogía Cincuenta sombras, recordando la época en la que se dedicaba a cantar, habría grabado una portada del éxito de Paul McCartney Maybe I'm Amazed para la banda sonora de Cincuenta sombras liberadas. Y no lo decían una vez, sino dos.
Evidentemente, lo que había grabado el cantante devenido actor no era una portada, sino una versión. Ocurre que, en inglés, ambos términos se designan con la misma palabra, cover. Suele decirse (por los que comentan los gazapos de semejante calibre) que ya están los becarios otra vez ocupándose de las tareas de los profesionales. No creo que esto ocurra, o que ocurra siempre. Lo que sí ocurre es que se confía mucho en la tecnología (los traductores automáticos) y, desde luego, nadie se molesta en revisar el trabajo realizado.
Y es que cuatro ojos ven más que dos… sobre todo cuando los dos primeros están cerrados.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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