martes, 16 de enero de 2018

De pajas y vigas

Es inherente al ser humano disculpar conductas en los propios que, cuando son llevadas a cabo por los ajenos –y son los propios los destinatarios de los mismos-, generan las más encendidas críticas. Esta conducta, tan humana como digo, se ha plasmado en multitud de sentencias breves, desde la evangélica de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio hasta la soez habló de putas la ‘Tacones’, pasando por el intermedio apártate que me tiznas, le dijo la sartén al cazo.
Como he dicho, es una conducta de lo más humano. Pero dicha inherencia no quita para que, llegado el caso, la critique; entre otras cosas, porque de no hacerlo me quedaría sin tema sobre el que escribir hoy o, por mejor decir, los temas correrían un puesto. En el transcurso de una semana hemos tenido cumplido ejemplo de esta actitud tan propia del Homo sapiens.
La víspera de la Epifanía del Señor (o del día de Reyes, en román paladino) aparecía la noticia de que un tal Antonio Soler fantaseaba con que un camión atropellara a los magistrados (en el titular aparece el término jueces, y sin duda lo son, pero en cuanto se juntan al menos dos se convierten además en magistrados) del Tribunal Supremo encargados de conocer de la causa del butifarrendum II y de mantener en prisión al estrábico con sobrepeso y demás compañeros mártires (Nota: leída la noticia, compruebo que el señor Soler no se anda con chiquitas, y propone que sean atropellados sucesivamente todos los miembros del Supremo; ignoro si en la categoría de miembros incluye, además de los pertenecientes a la carrera judicial, a administrativos, vigilantes, personal de limpieza y demás, pero estaría dispuesto a apostar que sí porque, ¿para qué andarse con chiquitas una vez has arrancado el vehículo?). A continuación, el interfecto –al que el titular califica de humorista del proceso- se preguntaba en Twitter si el deseo de que los magistrados perezcan de manera violenta es delito de odio.
Puesto que ni yo tengo tiempo de explicárselo, ni él capacidad para entenderlo, vamos a pasar a la segunda parte de la entrada. Una de las chirigotas del carnaval gaditano –donde, año tras año, no dejan títere con cabeza- ha tomado como tema el proceso catalán, y parodian la decapitación de Cocomocho que, al tiempo que suplica piedad, se justifica diciendo que pido perdón por las urnas que allí coloqué. En realidad eran cajas de ropa de invierno, pero es que allí es ver las cajas y echar un papel.
Acostumbrados a que el humor de las coplas carnavaleras se suelte sin límites contra todo tipo de políticos, la escena de la guillotina no ha suscitado mayor revuelo en Cádiz. Sin embargo, varios medios y tuiteros ha llamado la atención sobre la escena, al entender, como decía un titular, que en ella el odio se ha camuflado a través del humor, en lugar de sentirse honrados por ser objeto de las chirigotas.
Si lo de la tacita de plata es odio… ¿qué es entonces lo de Soler? Si no es odio, que baje Dios y lo vea.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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