miércoles, 31 de enero de 2018

Panda de sinvergüenzas

Una de las cosas que tienen en común paleocom y neocom es que sus miembros son, en general, una panda de sinvergüenzas. Con ello no quiero decir que sean unos bribones o unos pícaros (primera acepción del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua), ni que cometan actos ilegales en provecho propio, o que incurran en inmoralidades (segunda acepción), sino que exhiben una enorme desfachatez (tercera acepción).
En efecto, son capaces de soltar las mayores tonterías con toda la seriedad del mundo, como si de verdad se las creyeran o como si pensaran que con lo que dicen van a convencernos. Y desde Marx y Engels hasta el último mico neocom, pasando por el gorila rojo, ha sido una constante en la gente de esa ideología.
Hace veinte días tuvimos un ejemplo palmario de lo que acabo de decir. Preguntada sobre la pertinencia de haber encargado informes (a entidades afines, pero esa es otra historia) sobre el impacto de género (qué manía con llamar género a lo que no es sino sexo) en el soterramiento de la M-30, Rita Maestripper afirmó, tan seria ella, que por supuesto que dicho impacto se produjo. A su vez, interrogado sobre el particular, el hermano del enterrador de los paleocom justificó el citado informe a través de su cuenta en Twitter, señalando, en primer lugar, que la movilidad urbana de los hombres es distinta a la que realizan las mujeres (sin especificar si dicha diferencia se produce en todos los estratos sociales o sólo en algunos), para lo que puso dos ejemplos concretos, como que las mujeres usan más el transporte público que los hombres y dicha obra favoreció el transporte privado, afectando de forma distinta a uno y otro sexo, o que el soterramiento provocó importantes niveles de contaminación acústica, perjudicando más a las mujeres, que pasan más tiempo en el hogar. Cabe suponer que en este último caso se refería a las mujeres de las clases más humildes, porque las de las clases acomodadas, como todo buen comunista sabe, tienen servicio para encargarse de las molestas tareas del hogar.
Por cierto, vivía por la zona del soterramiento cuando éste se produjo y nunca percibí esos importantes niveles de lo que llaman contaminación acústica (los que no usamos un lenguaje tan mariconeti lo llamamos simplemente ruido). A lo mejor es porque soy tío y, consecuentemente, mi sensibilidad auditiva es muy inferior a la del bello sexo (salvo que hablemos de nacionalistas vascas o catalanas, en cuyo caso de bello sólo tienen el vello).
Por todo ello, según Garzón, este tipo de informes, cuyo coste se eleva a decenas de miles de euros, sirven [de] mucho. No aclaró a quiénes, pero nos lo suponemos con facilidad: a sus amiguetes.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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