domingo, 2 de junio de 2019

Cuán osada es la ignorancia

Esta era una frase que repetía bastante mi madre. Evidentemente, no pretendo atribuirle a ella la autoría, pero es una de esas afirmaciones que la realidad se encarga de confirmar, vez tras vez.
En la política española –y más en la reciente-, pocas ideologías estarán más trufadas de ignorantes que las de izquierda, tanto más cuanto más a la izquierda se hallen. El rodrigato convirtió a los de la mano y el capullo en un páramo intelectual, y así están los cuadros directivos actuales, repletos de indocumentados copiatesis.
La cosa tiene más delito –o resulta más graciosa, depende de cómo se mire- entre los neocom. Muchos tienen carreras universitarias, doctorados, han sido profesores (aunque alguno por ahí, al Sur de la península, no haya ejercido apenas), tertulianos, opinadores (aunque en eso no hay mérito: junta a dos españoles y tendrás, al menos, tres opiniones de lo que sea), e incluso asesores internacionales.
A pesar de ello, tan pronto citan mal la obra de uno de los filósofos europeos más importantes como son incapaces de pronunciar correctamente el nombre –hay que reconocer que tiene su complicación, la verdad- de una gran empresa consultora internacional. O, más recientemente, demuestran que lo único que tienen claro (pero nada más) en materia de impuestos es que están decididos a subirlos (es de suponer que a todos menos a ellos mismos).
Dice la noticia que el becario ubicuo miente, pero no estoy en absoluto de acuerdo: mentir es decir intencionadamente algo falso, y para eso es necesario saber de lo que se habla. Dado que el ignaro no tiene ni repajolera idea lo que hace, en el mejor de los casos, es columpiarse.
O, como le diría yo a uno de mis hermanos: ¿Lo ves, bro'? Así es como uno NO se marca un farol.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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