Lenin y Stalin fueron unos asesinos de masas pero, al menos, no reculaban de sus declaraciones (se limitaban a borrarlas de las fotos -sobre todo el georgiano-, como señalaría metafóricamente Eric Blair en su 1.984).
Hasta los de la mano y el capullo de la infausta,
infame, ilegal, ilegítima y criminal segunda república española iban de frente:
decían que no creían en la democracia, que lo que buscaban era una dictadura
marxista y que estaban dispuestos a ir a la guerra civil para conseguirlo. Luego
pasó lo que pasó, pero no será porque no avisaron.
Los marxistas de ahora, en cambio son mucho
más cobardes. Coinciden con sus predecesores en la falta de escrúpulos, pero empiezan
a recular en cuanto le ven las orejas al lobo (no todos, claro, siempre habrá psicópatas
que se nieguen a admitir la evidencia ni aun cuando ésta les llegue hasta la
coronilla).
Es el caso de la ministra con apellido a medio camino entre el estornudo y el carraspeo -seguro que en el país de origen
del mismo, Dinamarca, es tan corriente como López o Martínez-, que hace dos
semanas admitía por primera vez una cuota de culpa de Red Eléctrica en el
apagón de finales de Abril y revelaba que había pedido conectar una central enel momento crítico. Algo así como poner un corcho cuando la inundación es
inevitable, además de que su comparecencia fue una sucesión de alguien hizo
algo en alguna parte en algún momento.
Es el caso del desgobierno socialcomunista que
tenemos la desgracia de padecer, que por boca de su ninistra portavoz, Pili
Sonrisas, admitía el mismo día, en el mismo sitio y a la misma hora -la
rueda de prensa posterior al consejo de ministros- que no podían descartar que algún ministro esté salpicado por la corrupción.
O son tontos y no se enteran, o se habían enterado y van de listos. En cualquier caso, a la calle con desvío a la cárcel para los delincuentes.
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