Cualquiera
que me conozca, que lea este blog o ambas cosas, sabe que los secesionistas de
cualquier región española me producen una simpatía descriptible, que cabe en la
cabeza de un alfiler y todavía sobra mucho espacio.
De entre
ellos, los catalanes me producen un asco especial. Por comparación con los más
violentos vascos, se les ha revestido de una aureola de gente razonable,
sensata, con la que se podía hablar. Sin embargo, nada más lejos de la verdad:
como con todos los fanáticos, su postura ha sido siempre lo nuestro es nuestro y lo vuestro vamos a discutirlo. Teniendo en
cuenta, además, que se han dedicado a falsificar la Historia con una
desfachatez pasmosa, hasta el extremo de que casi parecían émulos del Pavel
Chejov de Star Trek: todo lo válido
en el mundo (y parte del extranjero) ha sido y es catalán, y es sólo fruto de
la insidia y la inquina española que los libros no lo reflejen así.
Puedo
hasta comprender que una minoría tan intolerante haya impuesto sus postulados a
una sociedad que, por conformismo o por miedo, o quizá por complicidad, no se
les ha opuesto como debía. Por ello me suscita especial admiración la actitud
de aquellos que, sin miedo y sin doblez, expresan en alta voz las verdades del
barquero. Y si lo hacen tirando de ironía, que es lo que más le molesta a los
fanáticos, mejor que mejor.
Entre
estos últimos descuella especialmente Alberto Boadella, auténtica bestia negra
de la intelectualidad (llamémosla
así) secesionista. A él y a otros sesenta y nueve les han incluido en una lista negra de catalanes despreciables. Sólo por eso, y aunque
estoy orgulloso y encantado de ser madrileño y de mis raíces asturianas y
santanderinas, estaría dispuesto a hacerme catalán honorario, para hacer el
septuagésimo primero de la lista.
En mejor
compañía no iba a estar.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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