La esencia de la democracia no es, como sostienen torticeramente los necionanistas catalanes, el ejercicio del voto. En Cuba, por ejemplo, se vota, y nadie con dos dedos de frente y un mínimo de vergüenza ética se atrevería a decir que en la llamada Perla del Caribe impera la democracia. Y por muy aplastantes que fueran, se hace muy cuesta arriba afirmar que las mayorías a la búlgara eran una prueba de democracia.
No, la esencia de la democracia reside en otros aspectos. En el imperio de la Ley, por ejemplo. O en la separación de poderes. Sin embargo, fue un miembro señalado de un partido que acostumbraba a dispensar etiquetas de democráticos o no al resto de formaciones el que dijo aquello de Montesquieu ha muerto. Fue otro miembro de ese mismo partido, aún más señalado, el que preguntó –ah, micrófonos traidores- si es que no había nadie que le dijera a los jueces lo que tenían que hacer.
Con esto quiero decir que si hay una ideología íntimamente antidemocrática, esa es la izquierda. Lo fue en su origen, y en el siglo y tres cuartos transcurrido no se puede decir que, en general, haya progresado demasiado (en la dirección correcta, se entiende). La prueba es que la última excrecencia de la extrema izquierda incluía en su (llamémosle así) anteprograma una suerte de juramento de fidelidad ideológica que deberían prestar los miembros del poder judicial.
Vemos, por tanto, que la izquierda sólo defiende a la justicia cuando conviene a sus intereses. Si, como parece, la difunta Rita Barberá iba a ser declarada inocente (o no culpable), a los neocom les daba lo mismo: ellos ya la habían condenado como corrupta. En cambio, cuando el infame Zapata ha sido absuelto del delito de ofensa a las víctimas del terrorismo, nadie en el partido de extrema izquierda ha dicho esta boca es mía sobre esta resolución que quizá sea ajustada a Derecho, pero que resulta éticamente injusta.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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