En
la mayor parte de los partidos políticos, el poder –el tenerlo, o las
expectativas de obtenerlo- es el aglutinante más poderoso para mantenerlos
unidos y para que la autoridad del líder –los partidos políticos, al menos en
España, suelen ser estructuras profundamente piramidales- triunfador sea algo
indiscutido e indiscutible.
Sin embargo,
cuando se está lejos del poder, o cuando las expectativas no se cumplen,
empiezan a aparecer las grietas, y cada grupúsculo empieza a hacer la guerra
por su cuenta. Lo hemos visto hace apenas un par de meses en el PSOE, y ahora
lo estamos viendo entre los neocom. En
Aragón, ese argentino trasplantado en silla de ruedas se ha liado la manta –o el
cachirulo- a la cabeza y le ha dado por proclamar que quiere que Aragón sea un país soberano, defendiendo un proceso
constituyente que afirme la soberanía de Aragón. Con todo, lo peor no es eso: lo peor es que se ha
aprobado en esa comunidad autónoma calcular la deuda histórica del Estado con Aragón… y que los populares han votado a favor.
Y mientras,
en Andalucía, la novia de Kichi (lo
digo así porque a las feminazis les jode sobremanera que se las mencione en
función del varón y, aunque Teresita no me va a leer, el gustazo no me lo quita
nadie) ha declarado a la franquicia regional de los neocom como organización autónoma.
Con un
poco de suerte, la vida media sigue reduciéndose y la formación morada
desaparece en un santiamén.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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