miércoles, 9 de noviembre de 2016

El mundo del revés

En la última década, el Fütbol Club Barcelona probablemente haya sido –y mira que me duele tener que admitirlo- el equipo de fútbol que mejor juego haya practicado. A ello han contribuido, básicamente, dos cosas: una generación de futbolistas nacidos para el sistema de juego que implantó –pero que no creó, puesto que es, junto a Vicente del Bosque, probablemente el técnico más sobrevalorado de la Historia- el calvo melifluo, y un futbolista capaz por él solo de desequilibrar un partido y para el que jugaba todo el equipo, al menos inicialmente. Cuestión aparte es que, con el tiempo, cayeran en el amaneramiento o en estupideces tales como decir que lo importante era que habían tenido el setenta por ciento de posesión en una eliminatoria a doble partido… cuando en esos ciento ochenta minutos les habían endosado siete goles, por ninguno de los azulgrana.
Por todo ello, resulta especialmente desagradable –para los que no somos del Barcelona, se entiende- que a ese buen juego hayan unido dos elementos más: la connivencia arbitral (el ¿qué más quieres que te dé? de Villar al presidente del Barcelona) y el inmenso teatro que le echan los jugadores en los lances del juego. Aptitud (y actitud) escénica que no es algo que se aprenda en La Masía, sino que parece ser algo que flota en el ambiente de la institución futbolística –no ocurre, por ejemplo, en la sección de baloncesto- fundada por el suizo Hans Gamper y que se infiltra insidiosamente en cualquier jugador que recale en la filas del más que un club: si la patada que (presuntamente) Pepe propinó a Alves hubiera sido real, todavía estaríamos buscando la pierna del brasileño.
El último ejemplo de ese teatro lo tenemos en el reciente partido de liga entre el Valencia y el Barcelona. Uno de los aficionados ché arrojó una botella de agua medio vacía (o medio llena, depende de si eres pesimista u optimista) al corro que se formó para celebrar la consecución del gol que otorgaba la victoria al equipo catalán. La botella sólo impactó a uno de los jugadores, pero la media docena que formaba el corro se arrojó al suelo entre gestos de dolor, como si lo que hubiera caído al suelo hubiera sido una mina antipersona o una granada de fragmentación.
El Comité de Competición, que ya no es lo que era, señaló que la actitud de los jugadores del Barcelona les ridiculizaba a ellos mismos. El Farça, que no ha dejado de ser lo que siempre ha sido –es decir, el perpetuo llorón, mal perdedor y peor ganador, como los niños malcriados-, dijo que el comentario del Comité era reprobable y abusivo, y denunció al presidente de la Liga y al Comité.
Lo nunca visto: el conejo persiguiendo a los lebreles.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

No hay comentarios: