Las
proclamas y afirmaciones que se hacen en la oposición no se suelen corresponder
con las medidas que se toman una vez alcanzado el poder. Del OTAN de entrada no al Por el interés de España vota sí, del Enano, Pujol, habla en español al yo hablo catalán en la intimidad, todo
son muestras palpables de aquella cínica afirmación de que las promesas electorales se hacen para incumplirse.
Y si
hay discrepancias entre ambos períodos, igual o mayor la hay entre el poder y
el período posterior al mismo, sobre todo cuando el primero ha sido omnímodo,
si no en la política –por los escasos y periclitables equilibrios en la
organización política del país-, sí en los partidos, en los que se ha hecho y
deshecho al antojo de quien pasa a ser un jarrón chino. El líder superado pasa
entonces a ser un Pepito Grillo, si es él quien se contempla, o una mosca
cojonera, si son los receptores de sus admoniciones los que le definen, que no
cesa de señalar, velada o expícitamente, lo que él considera son errores de
actuación por parte de quienes le sucedieron en el ejercicio del poder.
Esto
ha ocurrido con Felipe González y con José María Aznar. El primero, andaluz y
sibilino, todavía con aliados en los medios de comunicación, y aunque
aparentemente apartado de la primera línea política, ha ido dejando caer sus
perlas en los veinte años (ya) transcurridos desde que fuera descabalgado de la
presidencia del Gobierno. El segundo, castellano y mucho más directo y brusco, no
se ha cortado un pelo (aunque el bigote lo tenga menos poblado) en decir bien a
las claras los errores que, a su juicio, cometía el partido que él reconstruyó
y finalmente logró llevar al Gobierno de España y a la mayoría absoluta en el
parlamento. Que esos errores también los cometiera él en su día (de aquellos
polvos vienen estos lodos, podríamos decir) no los hace, según mi criterio,
menos erróneos: que Hitler fuera un
monstruo, acostumbro a decirle a mi padre, no convierte a Stalin en un santo.
Errores fueron entonces y errores son ahora.
Harto
supongo de la situación –una cosa es variar de criterio por imperativos de la
realidad, y otra muy distinta ver convertido tu partido en una copia
acomplejada de la formación que más daño ha hecho a España desde el poder, a la
que casi hay que votar tapándose la nariz y considerándolo el menor de los
males posibles-, Aznar renunció a la presidencia de honor del Partido Popular
en vísperas de la Navidad. Contra las voces que aplaudirían que creara otra
formación a la derecha del PP –espacio ideológico han dejado de sobra los de la
gaviota-, considero que eso sería un error (además de que sigue siendo
militante del partido): no hay más que ver cómo se halla la izquierda española,
dividida en dos mitades casi iguales (la situación ideal para la derecha, como
vengo diciendo desde hace mucho tiempo) y, por lo tanto, incapacitada para
alcanzar el poder.
Además
de que ya hay un PP verdadero a la
derecha del PP real: se llama VOX y,
aunque me encantaría que su programa se llevara a efecto, su crecimiento (salvo
que fuera fulgurante, enorme e instantáneo) no haría sino aumentar las
posibilidades de que gobernara la izquierda. Lo cual, con la izquierda actual,
sería el desastre absoluto y sin paliativos para España.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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