Es posible
que Donald Trump (ojalá me equivoque) no vaya a ser uno de los mejores
presidentes de la historia de Estados Unidos. Es incluso probable que, si el
mecanismo de equilibrio de poderes que tan bien planearon los Padres Fundadores
no funciona como Dios manda, sea uno de los peores, no sólo para sus
compatriotas, sino también para el mundo. Lo que sí es seguro que su
predecesor, el mulato Barack Hussein Obama, ha hecho todos los méritos para
entrar en el grupo de los peores, en dura pugna con su correligionario James
Carter.
La cosa
ya empezó mal. Un senador sin experiencia ninguna en la gestión pública, y con
la buena planta y la labia como cualidades más importantes, era elevado al
puesto de mayor poder del mundo por aquello de hacer lo políticamente correcto.
Sin haber hecho nada, le caía encima, además, el premio Nobel de la paz. Y como
su mencionado correligionario, deja un mundo mucho peor que el que se encontró:
un Irán envalentonado, una dictadura castrista ya no sometida al por otra parte
nunca existente bloqueo, y un Oriente Medio más polvorín que nunca.
A
propósito de su mujer, intentando hacer una alabanza (supongo), he leído la
semana pasada que entre sus puntos a favor (los de ella) está el valer tanto
como su marido. Desde mi punto de vista, eso no es un cumplido, es una ofensa:
al igual que en el caso de William y Hillary, es la Primera Dama la que vale
bastante más que el marido (que, de nuevo, sólo tiene el ser telegénico y con
labia, aunque el de Arkansas es bastante más listo que el de Illinois, y éste
bastante más decente que aquél… que se sepa).
En
resumen, que si EE.UU. ha sobrevivido a Nixon, a Carter y a Obama (de aquellos
polvos vienen estos lodos), puede perfectamente sobrevivir a Trump. Aunque no
dejo de pensar en la imagen de la película La zona muerta, con el presidente pirado al mando del botón nuclear…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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