No
me gustan las oenegés. El concepto como tal no me desagrada, pero la realidad
es que, salvo alguna excepción que no alcanzo a imaginar, las llamadas
organizaciones no gubernamentales son
incapaces no ya de desarrollar su tarea, sino siquiera de sobrevivir, sin la
ayuda de esos gobiernos a los que tan pomposamente dicen no estar vinculadas.
De
hecho, sólo contribuyo regularmente a la financiación de tres de esas
organizaciones: la Iglesia católica, la Asociación Española de la Lucha contra
el Cáncer y Oxfam Intermon. Y en el caso de esta última, llevo tiempo pensándome
el dejar de hacerlo. No por los escándalos sexuales que han salido a la luz –aunque
contribuyen, claro está-, porque si así fuera es posible que hubiera dejado de financiar
a la Iglesia, sino por su acusado sesgo ideológico. Rojeras, se entiende.
A
propósito de estos escándalos, la cuestión enlaza con otra organización que me
merece bastante poco respeto; igualmente, no por sus postulados de partida,
sino por la asquerosidad en la que se ha convertido. Me refiero a la
Organización de las Naciones Unidas (y sus múltiples tentáculos), que ahora resulta que conocía los
escándalos sexuales de las ONG’s desde 2.002… y no había hecho nada, salvo
echar tierra sobre el asunto. Década y media, que se dice pronto.
Pero
si los involucrados fueran miembros del clero católico… ay, la que se habría
armado entonces, con todos los medios progres jaleando el linchamiento. Esos mismos
medios que sobre este asunto han callado como putas.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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