Con
el advenimiento de la democracia, la izquierda española poco menos que abominó
de los símbolos patrios (la bandera, el himno, el escudo) por considerarlos fachas. Renunciaron a ellos mientras, en
cada región y en cada localidad, se envolvían en emblemas más particulares.
Recientemente,
el golpismo catalán ha tenido la virtud de sacudir esos complejos. Gentes de
todos los puntos de España, yo incluido, han colgado de sus ventanas banderas
de España de todos los tamaños. Marta Sánchez se ha lanzado a ponerle letra al
himno nacional –en contra de lo que suele decirse, la letra de José María Pemán,
compuesta diez años antes de la Guerra Civil (nada franquista, por lo tanto),
no fue nunca oficial-, con favorable recepción por parte de la clase política
salvo, naturalmente, los neocom y los
regionalistas.
Y
Alberto Rivera, siempre presto a subirse a cualquier carro que pase por su lado
del que sospeche que puede proporcionarle un rédito electoral, ha lanzado la
Plataforma España Ciudadana para que, dice, ningún español volverá a pedir perdón por usar su bandera, o utilizar su lengua o sentirse partícipe de un proyecto común.
Pero
que no se equivoque. Yo nunca he pedido perdón por utilizar mi bandera (llevo
una en cada muñeca), y mucho menos por usar mi lengua y referirme a los
topónimos de mi país en mi idioma. Es decir, y como he dicho en el título de
esta entrada, nunca me he avergonzado de ser español.
Otra
cosa es que me avergüence de alguno de mis compatriotas…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario