La
clase política española es, en general, bastante miserable. La izmierda vive cautiva de sus obsesiones,
empeñada en ganar una guerra que iniciaron y perdieron hace ya ocho décadas. La
derecha, acomplejada, la secunda en sus propuestas ante el temor de que,
defendiendo lo que es de sentido común, se les tilde de fachas.
Recién
llegado al gobierno, entre las primeras medidas de Sin vocales no se encuentra la lucha contra la lacra de la
violencia de pareja (terminología ésta que me acabo de sacar de la manga y que
me parece mucho más ajustada que el calificativo de machista, por no hablar de la degeneración gramatical que supone
hablar de la de género), o el
impulsar la economía, o la lucha contra los golpistas catalanes o contra la
amenaza del islamismo, siempre latente.
No,
la iniciativa que ha lanzado es la de sacar los restos mortales del Caudillo
del lugar donde reposan desde hace más de cuatro décadas por decisión de sus
sucesor a título de Rey: puesto que el Generalísimo no cayó en la contienda
fratricida, no tendría derecho a ser enterrado en la basílica de la Santa Cruz
del Valle de los Caídos, a diferencia de los restos que yacen al otro lado del
altar mayor, asesinado por los rojos tras una patochada de juicio.
A
esa iniciativa se han sumado los naranjitos
(supongo que para que no les califiquen de herederos del franquismo) y las hordas moradas: Junior ha intentado subirse
al carro de la desmemoria histérica, despreciando a ese apéndice vestigial que es
Izquierda Hundida.
Para
mí, en cambio, el hecho de que me llamen facha puede llegar a constituir un
elogio, según de dónde venga…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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