La
izquierda es, por definición, liberticida, totalitaria, controladora. Tiene que
serlo porque nadie, salvo que sea un alma pura, tolera de buen grado que se le
despoje del fruto de sus esfuerzos para dárselo a algún inútil que se toca la
barriga a dos manos (ya sea de las llamadas clases
desfavorecidas o de las clases
dirigentes).
Alguno
(algún progre) me dirá que la derecha
es muy parecida. Estoy dispuesto a admitirlo, si tomamos derecha como lo opuesto a izquierda.
Pero si, por el contrario, pensamos en el liberalismo como lo contrario a la
izquierda, entonces no: el liberalismo, en esencia, tiende a la menor dimensión
posible del Estado, dando más cancha a la iniciativa de los individuos. Algo que,
llevado al extremo, da lugar a lo que en Estados Unidos llaman libertarios… término que, en la España
de hace tres cuartos de siglo designaba más bien a los liberticidas.
A
lo que voy: ahora que los suciolistos
se han encaramado de nuevo a las poltronas del poder, aspiran de nuevo a
controlarlo todo, desde lo que la gente tiene que pensar a lo que puede o no
puede decir o hacer. Y en el ámbito económico, va a por todas: si creíamos que
Montoro era el colmo de la rapacidad fiscal, su casi homónima sucesora va
camino de convertirle en un franciscano. Pretenden, nada más y nada menos, que las propinas a los camareros tributen por el IRPF.
Dejando
aparte el hecho de que no sé cómo pretenden controlarlas, con eso lo que van a
conseguir es acabar con uno de los pocos rasgos de liberalidad comunes a todos
los españoles.
Pero
es lo que hacen los escorpiones: pican.
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