Tradicionalmente,
los medios de comunicación se crearon, como su nombre indica, para comunicar,
para informar. Sin embargo, con el tiempo y cada vez más, han devenido, salvo
honrosas excepciones, en herramientas de propaganda, de adoctrinamiento, de
lavado de cerebro.
Por
los términos empleados puede deducirse que no me parece una buena opción, y que
quienes la siguen no me merecen mucho respeto, ni siquiera aunque,
hipotéticamente, lo estuvieran haciendo persiguiendo un fin loable. A diferencia
de Maquiavelo, yo no considero que el fin justifique los medios.
Pero
es que hace un par de semanas tuvimos dos ejemplos en los que, al objeto de
excitar el rechazo hacia personas o países, se mintió descaradamente o, por
mejor, decir, se intentó manipular al público apelando a sus sentimientos con
premisas falsas.
Primero,
se supo que Hamás (terroristas musulmanes, no lo olvidemos) habían pagado a una familia de la franja de Gaza para que dijeran que su bebé había muerto por
culpa de los gases lacrimógenos usados por Israel para luchar contra los
disturbios. En realidad, el fallecimiento se debía a la misma enfermedad
hereditaria en la sangre que le había causado la muerte a un hermano en 2017.
Después,
la revista Time (por hacer un chiste
etimológico, O tempora, o mores)
presentó al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, mirar con gesto ceñudo
a una niña que lloraba, como un modo de referirse a la política de separación
de familias por parte del Gobierno estadounidense. Sin embargo, resulta que esa
niña, esa tierna infante en concreto, no había sido separada de su madre.
Pero
bueno, no vamos a permitir que la verdad nos impida usar la demagogia para atacar a judíos y conservadores, ¿no? Hasta utilizar a niños.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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