Celebrada
la primera ronda de las sedicentes primarias del PP, han quedado dos
candidatos. Dado que uno de ellos no es mujer –o, dicho de otra manera, que una
de las dos mujeres en liza, Cospedal en concreto, ha quedado apeada de la
batalla final-, puede asegurarse que el ganador será finalmente un varón.
La
razón es sencilla: Cospedal y Triple S
se odian, siquiera políticamente, a muerte, por lo que ninguna de ellas está
dispuesta a apoyar a la otra, ni permitirá que quienes la apoyaron a ella lo
haga. Pero es que, además, Casado ha huido, aunque sólo sea en el plano
dialéctico, de lugares comunes, de vacuidades y de clichés que, en el caso de
su oponente, oscilan entre el maricomplejinismo
y el embuste descarado.
Lo
que digo lo demuestran tres cosas, entre las cuales no se encuentra el que
cargos próximos a Cospedal declaren que Casado es la supervivencia del PP; al fin y al cabo, son políticos, y dirían
cualquier cosa con tal de sobrevivir… ellos. No, las tres cosas son, primero,
la vuelta de figuras históricas como María San Gil, que ha declarado que con
Casado ha recuperado la ilusión de ser
militante del PP; segundo, la manifestación de un sorayista como Alfonso Alonso, que cree que Casado está girando demasiado a la derecha (dentro de ciertos
límites, nunca se gira
demasiado a la derecha, sobre todo cuando se está rozando la izquierda); y
tercero, la declaración de la esposa de ese inútil al que uno no se explica
cómo siguen haciendo caso después de meter la pata vez tras vez (me refiero a
Celia Villalobos, la mujer de Arriola, quintaesencia del maricomplejinismo… si es que somos benevolentes), que cree que Casado quiere convertir al PP en una secta.
Conclusión
mafaldiana: los sorayistas huelen la
derrota… y Casado está, al menos de palabra, en el buen camino.
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