Digan
lo que digan, los partidos de izquierda nunca han hecho nada objetivamente
bueno cuando han gobernado (y ahí está Venezuela para demostrarlo: va a tener
que importar petróleo, pese a flotar sobre un océano de oro negro). En términos
relativos, podrán ser una alternativa preferible a sus contrarios –Castro frente
a Batista, los sandinistas frente a Somoza, Gadaffi frente a lo que hubiera
antes-, pero incluso eso sería discutible (desde mi punto de vista, claro:
alguna persona conozco que la cuba castrista es mejor que la de Batista).
En
España, en concreto, tenemos sobrada experiencia: la izmierda tiene una agenda ideológica –eutanasia, aborto, lobby LGTBIxyz…-
que cuando llega al poder busca aplicar a toda costa, aunque esas obsesiones no coincidan para nada con los temas que de verdad preocupan a los españoles.
Y
da lo mismo lo que hayan prometido antes de alcanzar el poder, ya sea reformar la financiación autonómica o mantener la unidad de España: en cuanto se
aposentan en la poltrona cambian de opinión, ya sea por realismo o por puro y
simple interés.
Al
menos, en las próximas elecciones ya no se podrá decir que no sabemos cómo
gobierna Sin vocales. En apenas un
mes, hemos tenido un catálogo completo de la nada que se esconde tras esa
fachada.
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