Conocí
el baloncesto de la NBA en los años ochenta (del siglo pasado, como suele decirse… pero no pueden ser otros años
ochenta, ni para mí ni para ese baloncesto) gracias a la enciclopedia Mi baloncesto, de Antonio Díaz Miguel.
En
aquel entonces, la rivalidad entre los Celtics de Boston y los Lakers de Los
Ángeles se encontraba en su punto álgido. Quién sabe por qué, pero me sentí más
atraído por el equipo verdiblanco que por el morado y oro. Para mí, el primero
encarnaba –y todavía encarna- el equipo por encima de las individualidades (a
pesar de tener un jugador del calibre de Larry Bird), mientras que los
angelinos giraban alrededor de otra figura de primera magnitud como Earvin Magic Johnson.
Igualmente,
en aquella época empezaba la carrera de, para algunos, el mejor jugador de la
Historia, Michael Jordan. Pero, como yo decía, de un negro de dos metros lo
menos que podía esperarse era que saltara como un gamo; mientras que los casos
de un base de más de dos metros y un alero blanco con aspecto de sobrepeso sí
que tenían mérito.
Viene
todo esto a raíz del cambio de equipo de uno de los jugadores más determinantes
de la última década larga, Lebron James, que ha ganado campeonatos en dos
equipos y ahora marcha a un tercero que va de capa caída desde que su última
figura –Kobe Bryant- inició su
inevitable decadencia.
La
cuestión es si un jugador tan determinante, capaz de echarse un equipo a la
espalda y llevarle hasta las finales de la NBA será capaz de revitalizar a los
alicaídos lacustres. Si logran armar un equipo a su alrededor, quizá puedan
ponerse a la altura de los Golden State Warrirors y, por lo tanto, tendrán
opciones de volver a ganar el anillo.
Teniendo
en cuenta que los Lakers están a sólo un campeonato del récord de los Celtics,
espero que no lo consigan. Al menos, no hasta que los de Boston ganen de nuevo
un campeonato.
Algo
de lo que, a día de hoy, están más cerca que los californianos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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