La
educación, la urbanidad, la cortesía –llámesele como se quiera- es, más que
importante, fundamental desde mi punto de vista. Sin ella seríamos lo que en la
serie Los Serrano llamaban gromañones.
Hay
una serie de normas elementales que uno debe observar: ceder el paso a una
mujer (aunque se moleste), no interrumpir al otro cuando está hablando o
demostrar educación. Yo, por ejemplo, en los casi veintidós años que llevo
trabajando no recuerdo haber acudido un solo día a mi puesto, hiciera el tiempo
que hiciera y fuera la época del año que fuera, sin chaqueta y corbata (y eso
que mi trabajo no es cara al público), ni tengo intención de hacerlo en el resto de mi vida laboral.
En cambio, he sido testigo de cómo, en la
sede de la soberanía popular, un parlamentario acudía con una sahariana por
fuera de los pantalones. También he visto, como todos los españoles, cómo un
mamarracho con coleta acude a una entrevista con el Jefe del Estado sin
chaqueta, sin corbata y con los puños de la camisa remangados. Igualmente, he
visto cómo otros, so capa de una ideología republicana, se refieren al Jefe del
Estado –entonces, el padre del actual- como ciudadano
Borbón.
Al
Norte de los Pirineos, en cambio, parecen tener las cosas más claras… y menos
complejos. Cuando un jovenzuelo se dirige al Presidente de la República con un eh, Manu!, éste se para y le dice, muy clarito, que debe dirigirse a él como señor
Presidente o señor; y que, si
quiere hacer la revolución, primero aprenda a ganarse la vida por sí mismo.
Así
van las cosas allí, y así nos van aquí…
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