La
acumulación de noticias y el consiguiente retraso en el comentarlas hace que,
por una parte, las agrupe y así haya menos entradas, como si no tuviera ya (toquemos
madera) materia suficiente; pero, por otra, permite examinar la evolución de
ciertos procesos desde su inicio hasta el final.
A
principios del mes pasado, el escándalo gubernativo de turno era el máster de
la ministra Montón. Como todo político que se precie, negó que en su expediente
académico hubiera irregularidades y afirmó sentir el respaldo del dctr Snchz (lo cual, en el mundo
balompédico, sería señal inequívoca de que estaban a punto de darle la patada,
como finalmente ocurrió… pero no adelantemos acontecimientos). Negó trato de
favor, dijo que no asistió a clase porque el máster no era presencial (si hay que ir, se va, pero ir pa’ná es
tontería), que hubo errores de
transcricpión de la universidad y –esto ya es de traca- que no sabía a qué
campus iba (cuando iba, añado yo) porque, al no tener en aquellas fechas carnet
de conducir, iba en taxi.
De
aquí se pasó, el mismo día, a que dirigentes socialistas pidieran al rey del copypaste que dejara caer a la ministro para así poder acorralar al presidente del PP, presuntamente inmerso en un asunto
similar (del que posteriormente resultaría exonerado, al menos a día de hoy). Ni
el PSOE ni la misma ministra descartaban su dimisión y se limitaron a decir que
no sería justo porque se limitó a hacer lo que se le exigió. En este
punto me limitaré a señalar que no se mostraron tan comprensivos en el caso de
Cifuentes.
Al
día siguiente se produjeron tres acontecimientos en rápida sucesión: la
ministro pidió comparecer en el Congreso a petición propia (cinco minutos antes
de ser requerida por la oposición, como quien dice), la universidad detectó cambios en las notas de Montón… y Montón dimitió, o fue dimitida.
Como
dicen por ahí, ya han salido dos ministros del Gobierno y Franco sigue sin
salir del Valle de los Caídos…
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