Durante
casi medio siglo, los cinco campeonatos mundiales de Juan Manuel Fangio en la
Fórmula 1 parecieron una marca inalcanzable para cualquier piloto. Ninguno
lograba imponer una hegemonía lo bastante prolongada como para permitirle
superar el repóquer del argentino.
Llegó
entonces, con el cambio de siglo, el dominio incontestable de la dupla formada
por el piloto Michael Schumacher y la escudería Ferrari (que podríamos
convertir en tripleta si incluimos al ejecutivo Jean Todt), que permitirían al
teutón lograr siete campeonatos del mundo, los cinco últimos de manera consecutiva.
esa supremacía se fundamentó tanto en la incuestionable maestría (y falta
escrúpulos cuando era necesario) del piloto como en la superioridad mecánica de
su vehículo.
Con
su decadencia (y los dos triunfos consecutivos del español Fernando Alonso en
una escudería incuestionablemente menor como Renault), parecía que nadie
batiría jamás su marca. Pero nuevamente se produjo una supremacía (acompañada
de bastante suerte, todo sea dicho), esta vez mecánica, que ha permitido que
dos pilotos no superiores al asturiano, primero Sebatian Vettel con Red Bull
(al menos un par de sus campeonatos habrían podido ir a parar a las vitrinas
del español) y luego Lewis Hamilton con Mercedes. Así las cosas, hace un mes el
titular era que el británico aceleraba hacia su quinto mundial, mientras que hace una semana había cambiado a se pasea en Suzuka y acaricia su quinto mundial.
La
Fórmula 1 se ha vuelto aburrida: la cuestión no es ya quién se llevará el
campeonato, sino cuándo lo hará. No es extraño que Alonso emigre en busca de
retos…
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