miércoles, 13 de abril de 2016

Que me digan dónde hay que apuntarse

Cualquiera que me conozca, que lea este blog o ambas cosas, sabe que los secesionistas de cualquier región española me producen una simpatía descriptible, que cabe en la cabeza de un alfiler y todavía sobra mucho espacio.
De entre ellos, los catalanes me producen un asco especial. Por comparación con los más violentos vascos, se les ha revestido de una aureola de gente razonable, sensata, con la que se podía hablar. Sin embargo, nada más lejos de la verdad: como con todos los fanáticos, su postura ha sido siempre lo nuestro es nuestro y lo vuestro vamos a discutirlo. Teniendo en cuenta, además, que se han dedicado a falsificar la Historia con una desfachatez pasmosa, hasta el extremo de que casi parecían émulos del Pavel Chejov de Star Trek: todo lo válido en el mundo (y parte del extranjero) ha sido y es catalán, y es sólo fruto de la insidia y la inquina española que los libros no lo reflejen así.
Puedo hasta comprender que una minoría tan intolerante haya impuesto sus postulados a una sociedad que, por conformismo o por miedo, o quizá por complicidad, no se les ha opuesto como debía. Por ello me suscita especial admiración la actitud de aquellos que, sin miedo y sin doblez, expresan en alta voz las verdades del barquero. Y si lo hacen tirando de ironía, que es lo que más le molesta a los fanáticos, mejor que mejor.
Entre estos últimos descuella especialmente Alberto Boadella, auténtica bestia negra de la intelectualidad (llamémosla así) secesionista. A él y a otros sesenta y nueve les han incluido en una lista negra de catalanes despreciables. Sólo por eso, y aunque estoy orgulloso y encantado de ser madrileño y de mis raíces asturianas y santanderinas, estaría dispuesto a hacerme catalán honorario, para hacer el septuagésimo primero de la lista.
En mejor compañía no iba a estar.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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