martes, 15 de diciembre de 2020

Reflexiones atemporales XXIX: Por qué leo

Cuando empecé con esta serie, ni me planteé cuánto podría durar. Tantas entregas seguidas, sin fallar una semana, desde luego que no. No pensé que tuviera tanta materia, o que esta pudiera ir surgiendo con el tiempo. Esta es, pues, una reflexión un poco a la desesperada: a veinticuatro horas de ponerme a escribir -y treinta y seis de publicar-, no se me ocurría ningún tema, nada, niente, nothing, rien de rien. Cero absoluto.

Y, respondiendo a la pregunta -aunque no haya signos de interrogación- del título, la respuesta más inmediata sería decir que porque me gusta. Disfruto leyendo, igual que disfruto escribiendo (eso no quiere decir que ambas cosas me proporcionen el mismo disfrute, sino que ambas me hacen disfrutar). Naturalmente -al menos, naturalmente para mí-, prefiero la narrativa (en términos más pedestres, las novelas), el relato de unos hechos, la construcción de unos personajes, la descripción de un entorno, que me permitan (como suelo decir al referirme al cine que me guste) dejar aparcado el cerebro por un rato.

Evidentemente, lo anterior no es del todo exacto. Leer requiere algo por parte del lector, a diferencia del cine: en éste, el espectador se limita, o puede limitarse, a absorber lo que se le presenta, sin pretender ir más allá. Es la diferencia entre tomar comida sólida o en puré; este último es mucho más sencillo de ingerir, aunque nada impide paladearlo en el proceso.

No recuerdo desde cuándo me gusta leer. Nuevamente, una respuesta inmediata sería decir que desde siempre. Ya de muy pequeño me recuerdo leyendo -es más, no recuerdo que me enseñaran a leer; ahora sé que es muy improbable, pero de pequeño solía decir que aprendí a leer yo solo-, casi cualquier cosa, y en esas sigo. Y, afortunadamente, era capaz de retener prácticamente todo lo que leía -en términos generales, se entiende, no tengo memoria eidética-, lo que me ayudaba a ser ese almacén de datos intelectualmente epatantes y pragmáticamente inútiles con el que suelo definirme.

Ahora sólo espero que esa afición por leer -afición que también tenía mi padre, pero que últimamente parece habérsele atenuado- no desaparezca. Al menos, hasta que despache las cinco o seis docenas de libros que tengo aún pendientes… y los que quedan por comprar. Si es por combustible, ese fuego puede seguir ardiendo todavía.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

No hay comentarios: