Cuando
adquirí el volumen que recoge la llamada Trilogía de la Luna, de Edgar Rice Burroughs, no entendí demasiado bien el porqué de
presentar tres obras juntas (mejor para mí, que así me las leo del tirón). La cosa
quedó aclarada al observar que, más que novelas, son lo que los angloparlantes
llaman novellas, es decir, novelas
cortas, de apenas cien páginas cada una. Además, según he comprobado al ojear
el posfacio de la obra (no debido a la pluma de Burroughs, sino de un tal J.P.
Laigle, imagino que un estudioso de la obra del creador de Tarzán y John Carter),
las tres partes de la trilogía surgieron del rechazo por los editores de lo que
inicialmente fue una obra unitaria.
No
deja de ser significativo que, apenas un lustro después de la revolución
bolchevique, un autor aparentemente tan ligero
como Burroughs percibiera con asombrosa claridad hacia dónde se dirigía la
revolución. Sin embargo, esa perspicacia no aparece en esta primera parte, que
es más bien una historia clásica como las que aparecen en el Ciclo de Barsoom. Si exceptuamos el que
transcurre en la Luna (y no en Marte), más concretamente en su interior hueco
(y no en la superficie), y que los terrestres llegan en una nave espacial (y no
por algún medio cuasi místico nunca bien explicado), la cosa resulta archiconocida:
héroe valiente y hercúleo, mujer alienígena de belleza despampanante,
extraterrestres malvados y violentos, luchas a espada cada cierto tiempo…
Lo
que me sorprende es que los lectores de Burroughs no se cansaran de leer, vez
tras vez, la misma historia con distintos personajes. Claro, que quizá no soy
yo el más indicado para decirlo, puesto que cuando me decían que cómo me podían
gustar Los Serrano si la trama era la
misma episodio tras episodio, respondía que precisamente por eso.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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