Debo
haber leído prácticamente todas las obras de ficción escritas por Frederick Forsyth.
La primera con la que me crucé fue La alternativa del diablo, para mí el culmen de su estilo –no necesariamente
la mejor, aunque sigue estando entre mis favoritas y pienso que daría para una
magnífica serie de televisión- y mi primer libro largo, aunque tenga apenas quinientas páginas (actualmente, lo que
considero el mínimo indispensable para no considerar un libro como empezando a
ser corto).
Luego
seguí leyendo todo lo que escribía, al tiempo que retrocedí para leer sus primeras obras (para mí, las mejores): Chacal, Odessa y Los perros de la guerra. Me gustan sus obras porque son básicamente maniqueas: los buenos
son buenos y los malos son malos (y acaban pagando). Es algo en lo que se
parece a Tom Clancy, y que los diferencia de John Le Carré, con sus personajes
llenos de matices (a día de hoy, todavía no sé para quién trabajaba la chica
del tambor).
Alguien
capaz de contar historias tan interesantes ha de haber tenido, a la fuerza, una
vida igualmente interesante. Suponiendo que la mitad, o la cuarta parte, de lo
que narra en sus memorias sea cierto, esto se cumple en el caso de Forsyth, que
ha tenido una vida que ha sido cualquier cosa menos aburrida.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario