La
tercera y última parte de la Trilogía de la Luna es también la más corta de las tres. Relata la fase final de la
lucha entre americanos
(simplificando, terrestres) y kalkars
(mestizos de selenitas y humanos o, más bien, humanas), estando estos últimos
arrinconados en la costa del Pacífico de los Estados Unidos (ya hace casi un
siglo, parece que todo se resolvía en Estados Unidos cuando de invasiones
extraterrestres se trataba).
Los
americanos parecen haber retrocedido
a una fase precolombina –si exceptuamos la presencia de caballos y perros-,
comportándose como los indios de las praderas; indios que, a su vez, han sido
esclavizados (una muestra de racismo bastante políticamente incorrecta para los
estándares actuales, dicho sea de paso) tanto por americanos como por kalkars. De los negros no se dice ni palabra,
en cambio, aunque nuevamente hay que tener en cuenta la época en la que se
escribió la historia. En cuanto a la colonia japonesa que Julián XX se
encuentra en los alrededores de lo que en su día fue Los Ángeles, Burroughs no
da ninguna explicación.
Una
diferencia de esta parte con las dos precedentes es que no aparecen ni
Burroughs ni Julián III como los interlocutores en la conversación mediante la
cual el segundo relata al primero los sucesos de sus reencarnaciones futuras. En
cambio, se mantienen los tópicos de damiselas en peligro, luchas a espada y
demás.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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