Los
golpistas catalanes, antes secesionistas y ahora delincuentes, no se cansan de
proclamar que ellos son los verdaderos demócratas, mientras que en España no
existe una verdadera democracia.
Del
mismo modo, el Fútbol Club Barcelona, punta de lanza deportiva del secesionismo
que abduce hasta a los que vienen de fuera de Cataluña (como Iniesta) o incluso
de España (como Messi o Stoichkov), proclama, cuando le ve las orejas al lobo,
que no quieren ser utilizados políticamente.
Será
porque ya se encargan ellos de autoutilizarse, desde gritar independencia en el minuto diecisiete y
trece segundos de cada partido hasta hacer alguna otra cosa que cuando empecé a
escribir esta frase tenía perfectamente claro pero que ahora mismo se me ha
olvidado (ya me acordaré, tranquilos…).
Y,
al igual que los golpistas proscriben y anatemizan a todos aquellos que no
siguen sus consignas, las instituciones rojiazules hacen exactamente lo mismo.
Porque hasta una de sus figuras, que bastante mal lo ha pasado en su vida pero
que ha logrado salir adelante, tiene que abandonar el antaño llamado oasis catalán.
Julio
Alberto, con casi sesenta años, se tiene que marchar a buscar trabajo fuera de Cataluña. Me vuelvo a Asturias. Esta [el
Barcelona] era mi casa pero no podrá llamar nunca más a esa puerta porque nunca
más me la van a abrir.
Es
lo que tienen los regímenes totalitarios, que no toleran la disidencia. Y
aunque tiene razón cuando dice que no
somos un partido político, somos un equipo de fútbol. Es esta gente, la que
dirige el club, la que lo ha politizado, algo de responsabilidad tendrá la
masa aborregada (incluyendo en el rebaño a la plantilla de los equipos de
fútbol, charnegos incluidos) que se pliega a las consignas de esa gente.
Ya
me acordé cuál era la otra cosa (no sé cómo pude despistarme): pitar al himno
nacional de España en las finales de la Copa de fútbol de Su Majestad el Rey.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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