Es
famosa –al menos en este blog, porque la repito cada cierto tiempo- la
definición fraguiana de que un socialista es alguien capaz de sostener una cosa
y la contraria y afirmar que ambas son ciertas y progresistas. No llegaré yo al
extremo de generalizar semejante aserto al común de la clase política, pero sí
diré que un político, sobre todo si es español, es alguien con una capacidad de
mudanza en sus postulados que supera la del común de los mortales.
Viene
esto a cuenta de los naranjitos y la
prisión permanente revisable (pena con la que estoy de acuerdo, e incluso diría
más: en algunos casos, establecer la posibilidad de revisión de la condena es
llevar demasiado lejos la benevolencia de considerar que según qué alimañas con
forma humana pueden reformarse), ya que la relación entre unos y otra ha sido
lo que, del algún modo, podríamos calificar como voluble.
La
formación naranja no se mostró, por ser suaves, como muy favorable a tal
medida. Supongo que porque entendían que eso les daría a ellos, que son tan
modernos y tan guays, una pátina de retrógrados que podría servir de munición
para sus contrincantes. Esa es otra de las razones por las que yo difícilmente acabaré
en política (o, si acabo, no creo que dure más allá de cinco minutos): mantengo
mis opiniones aunque sean políticamente incorrectas… o, probablemente, porque
lo son.
Pero
ahora que los vientos de la opinión pública soplan fuertes a favor de encerrar
por tiempo indefinido a ciertos miserables, los de Albertito se desdicen y
afirman, tan serios ellos, que nunca han defendido derogar la prisión permanente revisable.
Ay,
qué malas son las hemerotecas…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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