Los
terroristas de toda laya, pero especialmente si son de ultraizquierda, son
bípedos implumes con una sensibilidad epidérmica exacerbada. Ellos matan a
sangre fría y sin riesgo para su vida, y no sienten remordimientos por ello;
pero enfrentados a las consecuencias de sus actos, son incapaces de mantener la
entereza.
Y
ojo, que con consecuencias no me
refiero a las penales, sino a la opinión pública. Hace dos semanas tuvimos
sendos ejemplos a ambos lados del Atlántico. De este lado, el asesino Arnaldo
Otegi se quejaba de que no podía pasear por Madrid sin que le insulten. Dejando aparte
el hecho de que al menos puede pasear, cosa que no puede decirse de aquellos a
los que él y sus cómplices ponían una diana, no es un insulto: sin tener ni
idea de los calificativos que se le dirigen, estoy completamente seguro de que
quienes le motejan con ellos no hacen sino un débil intento de ser,
simplemente, descriptivos.
En
la cordillera de los Andes, después de que un presidente indigno de tal nombre
rindiera todo un país, en contra de la opinión mayoritaria de sus habitantes, a
la narcoguerrilla, el líder de la banda fue abucheado en su primer día de campaña política y huyó como lo que es: una rata. La alimaña atribuyó a una campaña
de desprestigio que se le llame asesino
después de décadas matando colombianos.
Nuevamente,
no es más que un mero ejercicio de objetividad descriptiva.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario