martes, 20 de febrero de 2018

Se requiere control de plagas

Los terroristas de toda laya, pero especialmente si son de ultraizquierda, son bípedos implumes con una sensibilidad epidérmica exacerbada. Ellos matan a sangre fría y sin riesgo para su vida, y no sienten remordimientos por ello; pero enfrentados a las consecuencias de sus actos, son incapaces de mantener la entereza.
Y ojo, que con consecuencias no me refiero a las penales, sino a la opinión pública. Hace dos semanas tuvimos sendos ejemplos a ambos lados del Atlántico. De este lado, el asesino Arnaldo Otegi se quejaba de que no podía pasear por Madrid sin que le insulten. Dejando aparte el hecho de que al menos puede pasear, cosa que no puede decirse de aquellos a los que él y sus cómplices ponían una diana, no es un insulto: sin tener ni idea de los calificativos que se le dirigen, estoy completamente seguro de que quienes le motejan con ellos no hacen sino un débil intento de ser, simplemente, descriptivos.
En la cordillera de los Andes, después de que un presidente indigno de tal nombre rindiera todo un país, en contra de la opinión mayoritaria de sus habitantes, a la narcoguerrilla, el líder de la banda fue abucheado en su primer día de campaña política y huyó como lo que es: una rata. La alimaña atribuyó a una campaña de desprestigio que se le llame asesino después de décadas matando colombianos.
Nuevamente, no es más que un mero ejercicio de objetividad descriptiva.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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