Hace
ya bastante tiempo que la (alta) jerarquía católica catalana, en la opción
entre ser católica –esto es, universal- o catalana, se decantó clara, decidida
y mayoritariamente por lo segundo. Seguía en esto la senda marcada por la
iglesia católica vascongada, cuyo representante más abyecto fue aquél que
preguntó que dónde decía que se tenía que amar a todos los hijos por igual.
Ya
estuvo mal que en la jornada del golpe de Estado del primero de Octubre, por
otro nombre butifarrendum II, algunos
clérigos cedieran sus templos (o, por mejor decir, y aunque no soy ducho en
Derecho canónico, aquellos templos cuya administración tenían encomendada) para
celebrar votaciones o hacer recuento de votos (probablemente, y dado que, a
pesar de la abstención, el número de sufragios emitidos superaba al del censo,
aquello fue como la revisitación del milagro de la multiplicación de los panes
y los peces).
Ahora,
en un nuevo ejemplo de que no saben dar a Dios lo que es de Dios y dejar al
César lo que es del César, los obispos catalanes han pedido la libertad de los Jorges, de Forn y del estrábico con
sobrepeso.
Quizá,
puesto que tanto apego demuestran a lo mundano, habría que enviar a sus
eminencias a hacer compañía a los suprascritos… con carácter permanente.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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