Cuando
surgió la moda de lo políticamente correcto hacía cierta gracia, por lo
estúpido del asunto: llamar subsahariano
a un africano negro producía la paradoja de que un blanco tan blanco (y tan
racista) como Pieter Botha caería dentro de ese término, pues nada hay en
África más al Sur del desierto del Sáhara que, precisamente, la república
sudafricana.
Luego
la cosa ha ido a más, siempre jaleada por los colectivos sedicentemente
progresistas, que cual nueva inquisición de la leyenda negra buscan prohibir
todo aquellos que no les gusta o que, simplemente, les desagrada. Es el caso,
por ejemplo, de la campaña de la Junta de Andalucía contra los piropos, en la
que compara a los varones piropeadores con cerdos, buitres o pulpos. Como en
todo, hay excesos, y también en el modo en que los hombres expresan su opinión
(en teoría favorable) sobre el físico de las mujeres; pero de ahí a generalizar
y pretender que todo piropo es una agresión machista, cuando hay algunos que
son verdadera poesía, media un abismo.
Abismo
al que se ha lanzado de cabeza el ayuntamiento valenciano, gobernado por la
conjunción socialcomunista –recordemos: cuando gobiernan los comunistas, es
porque los socialistas les han aupado a esa posición; cuando los socialistas
gobiernan con el apoyo de los comunistas, adoptan sus postulados-, pretendiendo
establecer la censura en las fallas, eliminando canciones machistas y estableciendo recomendaciones
en los monumentos.
Y
luego se quejan de la censura del franquismo. Manda huevos…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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