A
los socialistas españoles puede aplicárseles perfectamente aquel dicho de que
sólo aciertan cuando rectifican. Y no siempre: son capaces de combinar de forma
tan exquisita la estulticia con el sectarismo que incluso cuando cambian de
opinión no es siempre para mejor; a veces parecen el ejemplo viviente de enmendalla para sostenella.
Es
estos algo más de cien días que Pedro Sánchez lleva apoltronado en el palacio
de La Moncloa hemos tenido cumplida muestra de todo lo que digo: de su
tendencia irrefrenable a meter la pata, de la inevitable obligación de
rectificar y de que no siempre esa rectificación lleva aparejada el abandono
del error.
Eso
sí, cuando rectifican para acertar tienen la jeta granítica de afirmar, con
todo el desahogo del mundo, que ellos no están rectificando, sino que siempre
han sostenido lo que en ese momento (y hasta que cambien nuevamente de opinión)
sostienen.
Es
el caso de la defensa del juez Llarena ante la justicia belga y frente a la
demanda planteada por Cocomocho. Según
ellos, el Gobierno no rectifica, el
Gobierno escucha. Faltaría más que no hubieran escuchado la acusación por
parte de jueces del Tribunal Supremo de dejar vendido al juez ante el tribunalbelga. Insistiendo en que no es una cuestiónde nombres y apellidos sino la soberanía jurisdiccional (nuevo caso de
coincidencia casual entre el discurso suciolisto
y la verdad), el Gobierno contrató a un gabinete jurídico belga para la defensa
del juez, al tiempo que insistía en su compromiso con dicha defensa.
Es
como aquel chascarrillo que decía que el ejército español jamás retrocedía,
simplemente daba media vuelta y seguía avanzando…
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