Esta serie –cuyo título en español, Alerta
roja, es de lo más ridículo y mentiroso que he visto en la vida- debe ser
una de las que he visto más rápidamente. En menos de tres meses han caído diez
temporadas. La serie no es que sea la bomba, pero hay que reconocer que
engancha. Al menos, a los que como yo no vamos buscando grandes profundidades
psicológicos o sesudas metáforas de la realidad del mundo actual, sino un
producto de entretenimiento honesto. Y esta serie lo es.
Presentaron
la serie como un cruce entre Top Gun
y Algunos hombres buenos, puesto que
el protagonista es un piloto de combate metido a abogado militar. Curiosamente,
ambas películas fueron protagonizadas por Tom Cruise, que para alcanzar la
talla (física) del protagonista de la serie tendría que poner a sus dos
personajes uno encima del otro.
La
trama judicial de la serie no tiene demasiada chicha: de esas ha habido, hay y
habrá a duro la docena. La novedad es que se desarrollaba en el ámbito
castrense (estadounidense), y que estuvo bastante pegada a la realidad:
empezaron tras la Guerra del Golfo, pasaron por los ataques del 11 de
Septiembre y terminaron con la invasión de Irak. Todo ello, salpimentado con
traficantes de drogas, de armas y delitos varios.
Era
la parte humana la que más enganchó, supongo. No es que hubiera mucho misterio,
porque desde el minuto dos (se incorporó en la segunda temporada) se veía que
Harm y Mac acabarían juntos, pero era divertido (aunque un poco enervante)
todos esos tira y afloja entre ellos.
Ataqué
la serie como preámbulo a lanzarme a ver NCIS,
aunque creo que me daré un respiro con algo más ligero (Friends, quizá) antes de verla. No sé si (me) enganchará tanto,
porque NCIS no deja de ser una
especie de Bones de la Marina, sólo
que sin tensión romántica en la pareja protagonista. En fin, que me alegro de
haberla visto y lamento que terminara…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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