Mientras
los nombramientos de los altos cargos de los organismos públicos –estatales,
regionales, locales- sigan dependiendo de las filias y las fobias del gobierno
de turno, sobre la actuación de esos altos cargos, por muy cualificados que
puedan estar, caerá siempre la sombra de la sospecha. Sospecha de sesgo, de
partidismo, de parcialidad.
Pero
si, además, esos altos cargos son miembros del partido que sostiene al gobierno
los nombra; si, peor aún, han ocupado cargos orgánicos de importancia en ese
mismo partido, ya no es que caiga sobre ellos la sombra de la sospecha, sino
que lo que pesa sobre sus actuaciones es la presunción de esos baldones que he
mencionado a finales del párrafo anterior.
Por
eso, cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas ha emitido su primer
sondeo bajo la égida de un alto cargo de la ejecutiva socialista, y el
resultado de dicho sondeo ha sido que el PSOE arrasa, Ciudadanos sufre y los neocom se hunden, la impresión general
ha sido, en palabras de un sociólogo, que se les ha ido el brazo entero a favor del PSOE.
Más
claro, el agua
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