No
suelo utilizar los taxis. Tampoco los vehículos compartidos. En el primer caso,
prefiero el transporte público (metro y autobuses), cuando resulta posible. En el
segundo, mi propio coche. Por lo tanto, creo que lo que voy a decir lo hago con
una cierta presunción de objetividad.
Y
lo que voy a decir es que los taxistas, lejos de ser esos ángeles del volante cinematográficos, son un gremio que, como suele
pasar con los gremios, se ha quedado anclado en el pasado, y pretenden seguir
manteniendo los privilegios de que disfrutan. Entre los que se encuentra,
básicamente, el de no tener competencia posible. Por ello, cuando les ha
aparecido el peligro de empresas como Uber, han puesto el grito en el cielo… y
los adoquines en las manos, porque han reaccionado de un modo que es cualquier
cosa menos angelical.
Y
a pesar de que España está a la cabeza de Europa a la hora de restringir los vehículos de alquiler con conductor (VTC), los taxistas exigen más. Lo que les
coloca en el mismo lado de gentuza egoísta como los estibadores, que pretenden
seguir como hasta ahora, negando el progreso y, por lo tanto, las reglas del
mercado.
Cuando
uno le ve las orejas al lobo, lo que debe hacer es enfrentarse a él, no llorar
a papá Estado para que te defienda…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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