El
apartheid sudafricano fue un sistema injusto, de eso no hay ninguna duda. El que
se lograra pasar del mismo al legítimo acceso de toda la población sudafricana –y,
por ende, de la abrumadora mayoría negra- a los puestos de poder con un mínimo
derramamiento de sangre hay que reconocerlo como un mérito en general de esa
mayoría negra, y muy en particular de un hombre de gran visión, pragmatismo y
mano izquierda.
Fue
una transición tan maravillosa como casi dos décadas antes lo había sido la española.
Sin embargo, al igual que en España, parece que algunos quieren reescribir la
Historia y echar al traste todo lo conseguido.
Hace
cosa de un mes, el Gobierno sudafricano anunció que cambiaría la Constitución para expropiar tierras sin compensación a la población blanca. Tres semanas
después comenzaron las confiscaciones, desatando el pánico entre granjeros e
inversores. Apenas una semana después, los blancos convocaron una huelga
histórica contra el racismo del gobierno sudafricano.
Y
no es que todo racismo sea malo, venga de quien venga y se dirija contra quien
se dirija, que lo es. Es que el Congreso Nacional Africano no parece haber
escarmentado del desastre que medidas semejantes supusieron en Zimbabue, su
vecino del Norte.
Eso,
por no decir que esas medidas parecen más bien una cortina de humo destinada a
ocultar la corrupción enquistada en los sucesivos gobiernos sudafricanos.
Desgraciadamente,
los sucesores de Mandela no han estado a su altura. Es difícil de estar a la
altura de semejante gigante, pero es que no le han llegado ni a la suela del
zapato.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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