Como
la mayor parte de las novelas de Grisham, ésta transcurre en el ámbito
jurídico. Sin embargo, presenta una sutil (por ponerme cursi… quizá no es tan
sutil) diferencia con el resto. En ésta, la trama no gira alrededor de un caso
que se desarrolla a lo largo de toda la novela –una compañía corrupta en La tapadera, una información
comprometedora en El informe pelícano,
una herencia en La herencia, y así
sucesivamente-, sino de la vida, por así decirlo, de Sebastian Rudd, el abogado
protagonista y los distintos casos en los que se va viendo inmerso.
Como
en la mayoría de sus obras –y cada vez más conforme pasan los años-, Grisham,
apostaría, deja traslucir su ideología (inequívocamente progre, pero sin estridencias) a través de sus personajes, dejando
caer aquí y allá pequeños panfletos que, ya digo, no llegan a incordiar.
O
a lo mejor es que yo estoy muy paranoico.
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