martes, 1 de octubre de 2019

Abracadabra

Lo mejor de la corrección política es que, como toda corriente fanática e intolerante (estos dos términos a menudo, por no decir siempre, van de la mano), es imposible de cumplir en todas y cada una de las circunstancias de la vida, ni siquiera para sus más acendrados partidarios. A los detractores, en cambio, nos importa un bledo y, a la viceversa, tampoco la estamos incumpliendo constantemente (por más que lo intentemos).
A lo que vamos. El primer ministro canadiense, Trudeau hijo, es uno de los paradigmas de los nuevos políticos, siempre políticamente correctos (lo que no deja de tener su gracia, puesto que resulta complicado determinar cuál de sus dos progenitores, Pierre o Margaret, resultó más pendón) y espejo en el que se miran todos los que quieren ser algo en eso del progretariado internacional: Pierre Nodoyuna, sin ir más lejos.
Pues bien, resulta que hace casi dos décadas, el (entonces) joven Justin acudió a una fiesta de disfraces. Eligió disfrazarse de Aladino, supongo que entonces en boga por la película de dibujos animados de Disney: en esa historia (y, en general, en la mayoría), el personaje es árabe (a diferencia de la versión original de Las mil y una noches, en las que es chino), y el canadiense se pintó la cara de oscuro.
Ahora, próximas las elecciones en su país, se ha hecho pública una foto en la que aparece el (entonces futuro) político disfrazado. Avergonzado, pidió perdón por haberse disfrazado (pintándose la cara, se entiende): lo que no hace tanto era perfectamente normal y admisible, ahora se considera racismo intolerable y apropiación cultural, ya que estos memos parecen haber olvidado que disfrazarse es, precisamente, aparentar lo que no se es.
El debate en los medios fue si la foto perjudicaría o no las expectativas electorales del disfrazado. En mi opinión, debería hacerlo: pero no por racista, sino por estúpido y maricomplejines.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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