Lo
mejor de la corrección política es que, como toda corriente fanática e
intolerante (estos dos términos a menudo, por no decir siempre, van de la
mano), es imposible de cumplir en todas y cada una de las circunstancias de la
vida, ni siquiera para sus más acendrados partidarios. A los detractores, en
cambio, nos importa un bledo y, a la viceversa, tampoco la estamos incumpliendo
constantemente (por más que lo intentemos).
A
lo que vamos. El primer ministro canadiense, Trudeau hijo, es uno de los
paradigmas de los nuevos políticos, siempre políticamente correctos (lo que no
deja de tener su gracia, puesto que resulta complicado determinar cuál de sus
dos progenitores, Pierre o Margaret, resultó más pendón) y espejo en el que se
miran todos los que quieren ser algo en eso del progretariado internacional: Pierre Nodoyuna, sin ir más lejos.
Pues
bien, resulta que hace casi dos décadas, el (entonces) joven Justin acudió a
una fiesta de disfraces. Eligió disfrazarse de Aladino, supongo que entonces en
boga por la película de dibujos animados de Disney: en esa historia (y, en
general, en la mayoría), el personaje es árabe (a diferencia de la versión original de Las mil y una noches, en
las que es chino), y el canadiense se pintó la cara de oscuro.
Ahora,
próximas las elecciones en su país, se ha hecho pública una foto en la que
aparece el (entonces futuro) político disfrazado. Avergonzado, pidió perdón por
haberse disfrazado (pintándose la cara, se entiende): lo que no hace tanto era
perfectamente normal y admisible, ahora se considera racismo intolerable y apropiación cultural, ya que estos memos
parecen haber olvidado que disfrazarse es,
precisamente, aparentar lo que no se es.
El
debate en los medios fue si la foto perjudicaría o no las expectativas
electorales del disfrazado. En mi opinión, debería hacerlo: pero no por
racista, sino por estúpido y maricomplejines.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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