Precisamente
este fin de semana comentaba con un conocido al que no venía en persona desde
hace cosa de una década la expresión que da título a esta entrada. La izquierda,
Dios (o Marx) sabe por qué, se ha auto atribuido una superioridad moral de la
que, evidentemente, carece. Sólo en el primer tercio de este mes que ya encara
el último tuvimos dos ejemplos.
El
primero fue el de la alcaldesa de Móstoles, que a pesar del evidente y
continuado nepotismo –mira tú que es casualidad que cuando la izquierda busca
candidatos para un puesto de libre designación, los más cualificados siempre
resultan ser parientes, pareja o amigos del designante-, aireado en los medios
de comunicación, se aferraba de tal modo a la poltrona (según el titular,
estaba envalentonada y se negaba a
dimitir) que la franquicia madrileña de su partido (los de la mano y el
capullo) tuvo que instar a la dirección federal que la suspendieran de militancia como paso previo a su expulsión del partido.
Y
luego está lo del concejal neocom del
ayuntamiento capitalino, que tuvo que dimitir tras ser acusado de acoso sexual
(hombre, para emplear un lenguaje políticamente correcto y acorde con los
tiempos, habría que hablar de acoso
general, o genérico, digo yo,
pero no sé cuál de las dos expresiones suena peor) por su propio grupo.
Nada,
nada: orquídeas que crecen en el
estiércol de la izquierda.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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