domingo, 25 de marzo de 2018

Indigestión a la vista


Cuando los perroflautas devinieron delinquidores y se dedicaron a ocupar las vías y plazas públicas –especialmente de aquellos municipios en los que el gobierno recaía en el Partido Popular (porque decir la derecha sería faltar a la verdad; no porque los populares sean cada vez menos derecha, sino porque necionanistas vascos y catalanes también lo son y no recuerdo que allí se armaran semejantes cirios)-, la izquierda tradicional se frotó las manos, pensando que iba a poder utilizar a aquella jauría rabiosa para encaramarse al poder. Cometieron un error, como lo cometieron los jacobinos con los sans-culottes hace dos siglos largos y los antizaristas con los bolcheviques hace un siglo escaso.
La entidad (he desechado sucesivamente partido y organización, el primero porque me refiero a una ensaladilla y el segundo porque esa ensaladilla es un caos al que sólo el aroma del poder es capaz de mantener en un estado de no babeo rabioso) política surgida de aquello, a la que he dado en llamar neocom, primero se merendó a la extrema izquierda (los comunistas de toda la vida, o paleocom), y luego avanzó para zamparse a los socialistas. Sin embargo, no es lo mismo ventilarse una organización decrépita en estado prácticamente de derribo que despachar a la mayor y mejor máquina de adquirir y conservar poder que se ha visto en la piel de toro en los últimos ciento cincuenta años (eso hay que reconocérselo a los de la mano y el capullo), por muy erial intelectual en que se haya convertido. Eso, y que a los chicos de Junior empiezan a verles el plumero hasta los que tienen una venda sobre los ojos, o casi (no casi una venda, sino casi hasta esos).
Y ahora es cuando viene lo divertido. El hasta la fecha líder indiscutible pretendía que el nombre de Podemos estuviera visible en todos los procesos electorales en los que se presentaran porque Podemos es el principal significante del cambio, o eso decía él. Pero ¡ay!, he dicho hasta ahora. Porque de un tiempo a esta parte se le empiezan a discutir las decisiones, y hasta su indiscutibilidad. Doña Kichi pretendía que el nombre de Podemos no fuera una imposición sino que se negociase (debe ser que no sea leído cómo se negocia en su ideología: con un piolet, por ejemplo); la corriente del becario ubicuo valoró otras fórmulas en las que no aparecía Podemos; y hasta los paleocom pidieron más visibilidad.
Así las cosas, el de la coleta tiró de consulta a las bases, a las que de momento tiene controladas. De momento…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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