viernes, 28 de julio de 2017

La historia de Kullervo

John Ronald Reuel Tolkien murió el 3 de Septiembre de 1.973. Hace, por lo tanto, casi cuatro décadas y media que falleció el viejo profesor. Sin embargo, en ese periodo se han publicado más libros suyos (por no hablar de libros sobre él o su obra) que en los ochenta años de vida del creador de la Tierra Media.
Muchos de esos libros –la inmensa mayoría, realmente- tienen dos puntos en común: se trata de trabajos, o bien relativos a la evolución del legendarium que constituye el grueso de su obra, o bien a otros proyectos comenzados y casi nunca rematados (algo que era una constante en toda su obra, legendarium incluido); y han sido editados por su hijo menor, Christopher. Sin embargo, conforme la edad de este último ha ido aumentando (los noventa ya no los cumple), parece haber permitido que sean otros los que acometan esta tarea. En el caso que nos ocupa corresponde a una tal Verlyn Flieger, que según la Wikipedia tampoco es que sea precisamente una jovencita –es apenas diez años menor que el hijo de Tolkien-, aunque el trabajo lo realizó en 2.010.
Dice la introducción del volumen que para muchos de los lectores familiarizados con Sigurd y Arturo, ‘La historia de Kullervo’ será la primera referencia que tendrán de este improbable héroe. Como saben los que siguen este blog –y si no lo saben, ahora mismo se lo digo-, ese no es mi caso, ya que hace unos meses (de hecho, casi dos años, como he comprobado al consultar el blog) leí el Kalevala y, por lo tanto, sabía de qué iba la cosa; aunque, he de confesarlo, no recordaba los detalles concretos de la historia, lo cual viene siendo una constante en algunas de las obras que leo (podría decirse que leo tanto y tan de seguido que no me queda hueco en la cabeza para todo…).
Como no se cansan de recalcar a lo largo del volumen, la historia de Kullervo fue el primer germen de lo que luego devendría el legendarium tolkieniano y, más concretamente, el embrión de la historia de Túrin Turambar, sin duda la más sombría, deprimente y pesimista de todas las ambientadas en la Primera Edad de Arda.
Resulta interesante, por lo tanto, ver los primeros intentos de un Tolkien apenas veinteañero por elaborar, a partir de materiales preexistentes (cuanto más sabe uno sobre Tolkien más se da cuenta de que –como es lógico, por otra parte: no hay historias nuevas, lo que es nuevo es la forma en que se cuentan- su obra no surgió de la nada –o de su imaginación-, sino que hubo un componente nada desdeñable de reelaboración de mitos ajenos) una historia de su propia cosecha. También es interesante, en la medida que ofrecen una visión extensa de los pensamientos de Tolkien sobre el tema de los mitos en general y del Kalevala en particular, la lectura de las dos conferencias (o de los dos textos de la misma conferencia, que con Tolkien nunca se sabe) que sobre el tema dio Tolkien en aquella época.
Hace unos meses, un amigo del colegio me comentó que una de sus hijas se había enganchado a Tolkien de tal manera que, en la lectura de El Hobbit y El señor de los anillos pasaba del papel al libro electrónico y vuelta para no perder comba. Le dije entonces que le dijera a la niña –apenas una teenager, si no recuerdo mal- que atacara El Silmarillion: si le gustaba –como me ocurrió a mí en su día, aunque lo leí con más edad-, estaría enganchada a Tolkien de por vida y sería el momento de atacar los Cuentos inconclusos y todo lo que viene detrás. Dentro de ese todo se encuentra, también, La historia de Kullervo; pero es necesaria una decantación, un poso, una mayor experiencia de lectura (y, quizá, también de vida) para apreciarlo en su justa medida. Yo no podría haberlo hecho hace treinta años, pero ahora sí lo he hecho. Espero sinceramente que, cuando toque, ocurra lo mismo con la hija de mi amigo… y, quizá, estar todavía por aquí para saberlo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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