John
Ronald Reuel Tolkien murió el 3 de Septiembre de 1.973. Hace, por lo tanto,
casi cuatro décadas y media que falleció el viejo
profesor. Sin embargo, en ese periodo se han publicado más libros suyos
(por no hablar de libros sobre él o su obra) que en los ochenta años de vida
del creador de la Tierra Media.
Muchos
de esos libros –la inmensa mayoría, realmente- tienen dos puntos en común: se
trata de trabajos, o bien relativos a la evolución del legendarium que constituye el grueso de su obra, o bien a otros
proyectos comenzados y casi nunca rematados (algo que era una constante en toda
su obra, legendarium incluido); y han
sido editados por su hijo menor, Christopher. Sin embargo, conforme la edad de
este último ha ido aumentando (los noventa ya no los cumple), parece haber
permitido que sean otros los que acometan esta tarea. En el caso que nos ocupa
corresponde a una tal Verlyn Flieger, que según la Wikipedia tampoco es que sea
precisamente una jovencita –es apenas diez años menor que el hijo de Tolkien-,
aunque el trabajo lo realizó en 2.010.
Dice
la introducción del volumen que para
muchos de los lectores familiarizados con Sigurd y Arturo, ‘La historia de
Kullervo’ será la primera referencia que tendrán de este improbable héroe.
Como saben los que siguen este blog –y si no lo saben, ahora mismo se lo digo-,
ese no es mi caso, ya que hace unos meses (de hecho, casi dos años, como he
comprobado al consultar el blog) leí el Kalevala
y, por lo tanto, sabía de qué iba la cosa; aunque, he de confesarlo, no recordaba
los detalles concretos de la historia, lo cual viene siendo una constante en
algunas de las obras que leo (podría decirse que leo tanto y tan de seguido que
no me queda hueco en la cabeza para todo…).
Como
no se cansan de recalcar a lo largo del volumen, la historia de Kullervo fue el
primer germen de lo que luego devendría el legendarium
tolkieniano y, más concretamente, el embrión de la historia de Túrin Turambar, sin duda la más sombría, deprimente y pesimista de todas las
ambientadas en la Primera Edad de Arda.
Resulta
interesante, por lo tanto, ver los primeros intentos de un Tolkien apenas
veinteañero por elaborar, a partir de materiales preexistentes (cuanto más sabe
uno sobre Tolkien más se da cuenta de que –como es lógico, por otra parte: no
hay historias nuevas, lo que es nuevo es la forma en que se cuentan- su obra no
surgió de la nada –o de su imaginación-, sino que hubo un componente nada
desdeñable de reelaboración de mitos ajenos) una historia de su propia cosecha.
También es interesante, en la medida que ofrecen una visión extensa de los
pensamientos de Tolkien sobre el tema de los mitos en general y del Kalevala en particular, la lectura de las
dos conferencias (o de los dos textos de la misma conferencia, que con Tolkien
nunca se sabe) que sobre el tema dio Tolkien en aquella época.
Hace
unos meses, un amigo del colegio me comentó que una de sus hijas se había enganchado a Tolkien de tal manera que,
en la lectura de El Hobbit y El señor de los anillos pasaba del papel
al libro electrónico y vuelta para no perder comba. Le dije entonces que le
dijera a la niña –apenas una teenager,
si no recuerdo mal- que atacara El
Silmarillion: si le gustaba –como me ocurrió a mí en su día, aunque lo leí
con más edad-, estaría enganchada a Tolkien de por vida y sería el momento de
atacar los Cuentos inconclusos y todo
lo que viene detrás. Dentro de ese todo
se encuentra, también, La historia de
Kullervo; pero es necesaria una decantación, un poso, una mayor experiencia
de lectura (y, quizá, también de vida) para apreciarlo en su justa medida. Yo no
podría haberlo hecho hace treinta años, pero ahora sí lo he hecho. Espero sinceramente
que, cuando toque, ocurra lo mismo con la hija de mi amigo… y, quizá, estar
todavía por aquí para saberlo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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