Alberto Garzón es el ejemplo típico del mal que aflige a la clase política en general y
a la izquierda en particular: lo que podríamos llamar un culto a la imagen, que
quizá arranca del archiconocido ejemplo del debate presidencial entre Kennedy y
Nixon para las elecciones presidenciales estadounidenses de 1.960.
Así
las cosas, los paleocom españoles
sustituyeron a un agricultor, quizá algo bronco, puede que sin demasiada
educación académica y capaz de aparecer con una sahariana tras el acto de toma
de posesión de los miembros de un órgano de relevancia constitucional, pero –creo
que no me equivoco al afirmarlo, y mira que estoy hablando de un comunista-
ideológicamente honesto (aunque hay que tener en cuenta el chiste de que los
rasgos de inteligencia, honradez e izquierdismo sólo pueden poseerse de dos en
dos), por un joven (presuntamente) telegénico pero bueno para nada, licenciado
en Económicas tras haber iniciado Administración y Dirección de Empresas (y,
por lo tanto, ideológicamente incoherente, porque la economía y el comunismo se
dan de tortas).
Este
sujeto hizo bueno el mote de Izquierda
Hundida que recibía la coalición paleocom
española, al punto que en las últimas elecciones generales acudieron
acompañando a los neocom. A
diferencia de la mayoría de los españoles, que ya sabíamos que Junior no tolera más voluntad que la
suya, Garzón debió pensar que su opinión sería tenida en cuenta o, cuando
menos, escuchada.
En
algún momento, al modo de Pablo de Tarso, el paleocom ha debido caerse del caballo, ya que hace no mucho puso de manifiesto las deficiencias de la
coalición paleo-neocom, afirmando que algo estaba fallando. Según él, hay una notable
ausencia de una justa visibilidad de los paleocom en la coalición, algo de lo que ya le había advertido en
su día otra luminaria como Gaspar
Llamazares.
El
pobre Alberto no se da cuenta que la visibilidad
que tienen los paleocom es la justa y
necesaria: ninguna.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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